No tengo miedo

Haciendo caso a mi amigo Microturbian, cuento algo que pasa en este momento. Un día dije que solía escribir sobre sentimientos y hechos pasados. El me recomendó que escribiera en el momento, cuando algún sentimiento o pensamiento estuviera aquí jalandome la razón. Ahí voy.

Ayer volví al gym. Hice casi 50 minutos de caminata y 5 de cross trainer. Si, 5. Mi primo-rehabilitador Miguelón, me había sugerido usar este aparato para rehabilitarme. Facilito, dije y pensé. Hasta ayer me trepé por primera vez. ¡Que cosa! Es complícadisimo. Me costó uno y la mitad del otro llegar a los 5 minutos, y otros 5 minutos para recuperar el aliento.

Como sé que tres semanas hacen hábito, toda mi fuerza mental la dirijo a no fallar la ida diaria al gym. Hoy toca nadar. Ajá, y sinceramente, no tengo miedo ¡lo que le sigue!

Estoy aterrada. Sería la primera vez que entro a una alberca desde aquella de la Universidad de Birmingham. La primera vez desde que uno de los rehabilitadores consultados me dijo que lo peor que podría hacer para mi salud sería nadar. Aquel día se me cayeron la moral, las ganas y todo lo emocionalmente caíble.

Olvidando esa opinión y siguiendo muchas otras vuelvo con prudencia a la alberca. Como estrellita de mar, diría Manos Mágicas Madrazo. Son las 3:20 p.m. y a las 4:00 p.m. cierra la alberca y yo sigo aquí. Tengo pánico a mil cosas. A que el agua esté fría, a lastimarme en alguna brazada, a acabar cansadísima y quedar en calidad de bulto en el vestidor, incluso, tengo miedo a que se abran mis branquias y me aloque nadando de más.

Lo que planeo es caminar un poco y dos vueltitas en la pequeña alberca. Luego descansar, bañarme ahí mismo en el gym con aguita calientita y volver contenta para contarles lo que realmente pasó. Cuento con su bendición. ¡Ahí les voy! con las piernas temblando y los dientes castañeando, y no necesariamente de frío. ¡Dios! ¿por qué hay que hacer estas cosas sola?