Los leo y me gustan. Son austeros y de gran valor. Recuerdo que los escribí estando sentada en la sala de la casa de abuelito, en Salvatierra. Sonrío por mi cursilería. Podría asegurar que nunca se los enseñé a nadie, me daba pena. Por eso estaban escondidos, por eso los encontré hoy.
Por fortuna, estos quince años me han dado un poco de desfachatez. Así que los comparto, con el orgullo de que, cuando era una pibe, los escribí.
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