Cuando era una escolar, osea de los 4 a los 17 años, jamás me fue permitido faltar a la escuela por una gripa. ¡Jamás! Así que, ahí iba yo a clases, siendo un perfecto foco de infección, sin poder ocultar mi condición, pues un ojo acostumbra a llorarme permanentemente cuando me resfrío. Con mi ojo pachiche y el ansia de mis maestros que me veían lagrimear, nunca volví a casa por esa razón.
No crean que es una queja, no, al contrario, si me hubieran dejado en cama cada que me daba gripa o tos, hubiera perdido al menos un año escolar. Por ahí anda un ser que decía que yo andaba viendo a quien le arrebataba la gripa. Si, era yo muy afin a ella.
En el fondo del malestar, del dolor de la garganta, de la sensación de que la cabeza me iba a estallar, había un oculto consuelo. En algún lugar había leído yo, que los niños cuando se enferman, crecen un poco. Y siendo yo, en esa época, algo así como compacta, me confortaba la idea de amanecer, al siguiente día, un poco menos chaparra.
Fue hasta la universidad que se dió ese tan esperado crecimiento, por supuesto, no después de una gripa. Aunque... ahora que me acuerdo, por aquellas épocas me dio bronquitis...pero no, no hay evidencia científica de que los dos eventos estén relacionados. Sin embargo, crecí y llegué a ser algo así como talla mediana.
Me remonto a mis esperanzas de niña gripienta justo hoy que soy una dama mocosa. En medio de mi caldito con fideo y mi té de abango, me pasó por la cabeza que, con tanto líquido que he tomado ¡seguro pierdo unos kilos! Chistoso no? Fue entonces, cuando recordé que antes creía que iba a crecer. ¡Solo un ser como yo espera que la gripa traiga torta bajo el brazo!
Esa es la historia, disculpe usted que le hable de mocos y flemas, pero era necesario contar íntegra la verdad de que estando en cama, se me ha dado, siempre, por delirar. Abur.
No crean que es una queja, no, al contrario, si me hubieran dejado en cama cada que me daba gripa o tos, hubiera perdido al menos un año escolar. Por ahí anda un ser que decía que yo andaba viendo a quien le arrebataba la gripa. Si, era yo muy afin a ella.
En el fondo del malestar, del dolor de la garganta, de la sensación de que la cabeza me iba a estallar, había un oculto consuelo. En algún lugar había leído yo, que los niños cuando se enferman, crecen un poco. Y siendo yo, en esa época, algo así como compacta, me confortaba la idea de amanecer, al siguiente día, un poco menos chaparra.
Fue hasta la universidad que se dió ese tan esperado crecimiento, por supuesto, no después de una gripa. Aunque... ahora que me acuerdo, por aquellas épocas me dio bronquitis...pero no, no hay evidencia científica de que los dos eventos estén relacionados. Sin embargo, crecí y llegué a ser algo así como talla mediana.
Me remonto a mis esperanzas de niña gripienta justo hoy que soy una dama mocosa. En medio de mi caldito con fideo y mi té de abango, me pasó por la cabeza que, con tanto líquido que he tomado ¡seguro pierdo unos kilos! Chistoso no? Fue entonces, cuando recordé que antes creía que iba a crecer. ¡Solo un ser como yo espera que la gripa traiga torta bajo el brazo!
Esa es la historia, disculpe usted que le hable de mocos y flemas, pero era necesario contar íntegra la verdad de que estando en cama, se me ha dado, siempre, por delirar. Abur.
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Si, a mi tambien me decian eso de que se crecia.. ya hora tambien tengo la esperanza de perder peso!
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