El blog de Pucca está en obras. Vuelvo pronto, ya casi queda

03 octubre 2008

1

Ojos claros serenos

Como si tuvieramos que hablar bajo un código secreto, llamábamos a alguien “Ojos Claros”. Casi a diario nos topábamos con el. Si lo veíamos caminar a la distancia, recitábamos:


Ojos claros, serenos,
si de un dulce mirar sois alabados,
¿por qué, si me miráis, miráis airados?
Si cuanto más piadosos,
más bellos parecéis a aquel que os mira,
no me miréis con ira,
porque no parezcáis menos hermosos.
¡Ay tormentos rabiosos!
Ojos claros, serenos,
ya que así me miráis, miradme al menos.


Si caminaba hacia nosotros, recitábamos en voz baja y lo dejábamos de hacer cuando él nos pudiera llegar a escuchar. Si pasaba cerca, platicando con su amigo, alcanzábamos a recitar el poema completo. Así era ver a Ojos Claros. Era suplicarle un simple contacto visual. Nada más. Un dulce mirar, lo más piadoso posible, con esos ojos claros serenos.

Nunca me atreví a nada más. En su mirada, se alcanzaba a asomar que, en mí, veía una niña. Además, su amigo inseparable, nunca permitió más. Si por alguna afortunada alineación de las estrellas, nos encontrábamos en algún pasillo, solamente Ojos Claros y yo, de alguna piedra salía aquel amigo, que más bien parecía una maldición.

Han pasado muchísimos años desde aquellos días en que yo recitaba una y otra vez a esos ojos. Hoy, de pronto, vino a mi mente el poema de Gutierre de Cetina, y con él, la historia nunca escrita de Ojos Claros.

Vaya pues, la publicación de este post, en su honor, de su prima y de aquellos días.


1 comentario: