El blog de Pucca está en obras. Vuelvo pronto, ya casi queda

13 octubre 2008

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Desde el centro de mi pecho

Los Reyes Magos venían a traernos regalos. Cuando eramos muy niñas, también venía Santa Claus. Pero cuando cambiamos Sinaloa por Guanajuato, vimos que por esos rumbos no se usaba lo de Santa. Así que se quedó solo la tradición de los reyes.

En una alguna ocasión, coincidió la fecha con que mi papá estuviera de visita con nosotros. Supongo que eso hizo que le tomara especial cariño a una muñeca que amaneció ese año. La fecha nos alcanzó en Salvatierra. Era una de esas muñecas que parecen un bebé, con cuerpo suave y manos y pies duros, de plástico. Simulaba ser pelona, con un solo mechoncito güero.

Cuando le conté a Teté de mi nueva muñeca, acordamos bautizarla. Hicimos todo el rito, según lo entendíamos, yo como mamá y Teté como madrina de Anita. Eso nos uniría para siempre. Aunque dejamos de frecuentarnos, el cariño de comadres quedó por años, y al menos, cada navidad al salir de la misa de Capuchinas, nos dabamos un enorme abrazo lleno de cariño.

Así fue, hasta que Teté fue requerida por las cortes celestiales y ahora está esperando por mi, junto a mi papá, mi nene, mis tíos y mis abuelitos. En fin, gran chorcha se ha juntado allá. Pero esa es otra historia, diría la nana Pancha.

Desde aquél seis de enero, cada noche, dormí con Anita en mi cama. La usaba como almohada o la abrazaba durante toda la noche. Me da un poco de pena aceptar que hasta los dieciseis años fue así. Creo que fueron cinco o seis años de dormir con Anita, hasta una noche de septiembre, cuando sucedió.

Serían entre las dos y las cuatro de la madrugada cuando sentí que una mano de la Anita me estaba molestando en el pecho. Moví a la Anita, dejándola en la esquina de la cama y me volví a acurrucar. Fue entonces cuando lo que sentí no tenía nada que ver con ella. Algo se sentía en mi pecho.

Recuperé la conciencia, me desperté por completo y revisé mi pecho. Si, era una bolita. Fui al baño y me di cuenta que incluso la bolita se alcazaba a ver a simple vista. Digo bolita de cariño, pero a mi me parecía un limón que invadía mi cuerpo. Lo juro, traté de tomarlo con calma, volví a la cama e intenté volver a dormir.

Pero no pude. No podía dejar de sentir angustia y mucho, mucho miedo. Hacía casi dos años en que a mi papá lo había operado por un cáncer cerebral. Y solo unos meses antes, a mi mamá le habían diagnosticado a tiempo cáncer cervical in situ (a apenas comienza, no invasivo). Mi mente no dejaba de ver pasar de un color y otro, de un lado a otro, la palabra cáncer. Sentí terror y me dejé llevar por mi instinto. Corrí a despertar a mi mamá.

Media dormida mi mamá trató de tranquilizarme, me revisó y me dijo que iríamos a que me revisarn al día siguiente al hospital, que me fuera a dormir. Nunca le pregunté a mi mamá que pasó por su mente, los siguiente minutos, pero no debió haber sido muy distinto a lo que había pensado yo, porque al rato, ella entró a mi cuarto. Más despierta, más conciente, me volvió a revisar y me aseguró que si teníamos que ir al hospital.

No recuerdo bien, si al día siguiente fui o no clases. Solo recuerdo las radiografías y la revisión que me hizo la doctora del hospital. Sin mucho preámbulo dijo que había que hacer una biopsia. En la medida que mis ojos lo permitieron, agrandé mi mirada mientras mi alter ego corría de un lado a otro gritando ¡Cirugía! ¡Anestesia! ¡Pero si soy una escuincla!

Decidieron que no habría que esperar, que en los siguientes días tendría que hacerse la operación, pero mi anemia dijo la última palabra. Tuvieron que pasar dos semanas más para que me operaran. Y fue un cuatro de octubre cuando inicié mi relación con el quirófano.

Esos días, esperando el resultado de biopsia, creía que alguien me estaba haciendo una muy mala broma. Me preguntaba cómo si todavía ni alcanzaba a terminar mi desarrollo, en mi pequeño pecho había crecido algo de 2x4x6 cm. Me aterraba la idea de escuchar la palabra cáncer. No quería que mi mamá y mis hermanas volvieran a escuchar esa maldita palabra. No quería ser yo quien la trajera de vuelta a nuestras vidas.

Yo no hacía mucho escándalo, pero mi alter ego si. Además de gritar, reclamaba. Que estaba por cumplir 17 años, que estaba por terminar la prepa, que nunca había besado a nadie y ya estaba viviendo eso.

El descanso y la alegría volvió cuando se confirmó oficialmente que era solo un quiste. Era tanta mi alegría que no deserté de la porra del colegio, ni de la obra que presentamos en el Teatro Doblado. Con todos los cuidados necesarios para mi recuperación y de la movilidad de mi brazo, seguí en los proyectos que tenía antes de aquella noche de septiembre cuando creí que Anita me estaba estorbando en mi sueño.

Esta historía médica siguió por años, ya que a seis meses de aquella biopsia, apareció otro quiste. Y luego otro y otro. Por siete años estuve en tratamiento y cada seis meses tenía revisión médica. Y yo con el mismo miedo de la primera vez.

Vi que octubre es el mes en que se acentúa la promoción de diagnóstico a tiempo de cáncer de seno. Éste no es un relato de sobrevivencia, porque Bendito sea Dios, siempre se mantuvo el diagnóstico de que los quistes eran benignos, latosos pero benignos. Sin embargo, lo que viví me hace sensible a esta lucha, así que me uno con liston rosa en mano.

Ahí les recomiendo los cinco secretos para reducir el riesgo de padecer cáncer de seno y la guía para saber cómo los senos se deben tocar.


2 comentarios:

  1. Me gusta mucho como narras.

    Por si las dudas, ahorita checo la liga y me reviso. No vaya a ser!!! :P

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  2. Ese es el temor constante con el que vivimos toda mujer, verdad?

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